"El 11 de septiembre, yo saltaba en la cama de su sonrisa :)
Saltaba en la cama de tu sonrisa
gritando suspiros impacientes
que salían jugueteando
de la escuela que tus actos
han construido en mi interior.
Las nubes tapaban Madrid
con un manto gris clarito
y en mis pupilas tus caricias
de siempre resbalaban recientes
hasta los poros de mi piel
como si mi cuerpo entero
fuese un tobogán infinito
que sube y que baja
y que vuelve a subir y a bajar
en un ciclo constante
que empapa mis venas
de una sonrisa perenne
que huele a ti, que sabe a ti.
Más tarde, en el metro,
en ese laberinto de historias
yo dejaba en sus raíles
mi rutina como una gotita más
en un océano de millones
de gotitas particulares
como la mía, como la tuya,
como la del mundo
esa esfera irregular y caótica
que sin embargo es perfecta
y armónica aunque estaba herido.
Cientos, miles, millones
de sentimientos se apean
en cada estación tras el pitido
de esa serpiente itinerante
que camina con una cadencia
imperturbable como la arena de un reloj.
Yo ajeno a esa certidumbre
visitaba la constelación gigante
de tu cuerpo, de tu espalda,
y mis sueños irrumpían
en la vigilia desafiando los túneles
y la claustrofobia permanente
de los andenes subterráneos,
empujándome por los escalones mecánicos
perfumados con olor a prisas y grasas.
Hasta que la realidad regresó
a través de la pantalla del televisor,
esa caja de mentira llena de mentiras,
las Torres Gemelas sangraban fuego
y sus ventanas vomitaban cuerpos quemados
hacía un vacío de humo con fondo de asfalto,
el imperio temblaba, se estremecía, estallaba
mientras el resto del mundo, asustado,
intentaba seguir a lo suyo en el norte
porque el sur aún hoy no existe,
y existe menos desde aquel día
en que los que la muerte uso como excusa
los gritos de aquellos muertos
que caían vivos sin saber porqué ni para qué.
Después del café regresé a la cama de tu sonrisa
quería saltar a la constelación gigante de tu cuerpo
desde la escuela que construyeron tus actos
bajo las nubes que tapaban Madrid
como un manto gris clarito y seguir respirando
tu aliento de ayer, y el de hoy, y el de mañana
mientras jugamos en el tobogán infinito
en el que convertiste mi cuerpo
aunque el mundo esté herido
y no seamos capaces de curarlo
sólo con nuestra gotita de rutina.
Ricardo Ledo
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